Señor,
En vuestro número del 5 de este mes, vos discutís la autenticidad de las Memorias de Maximilien Robespierre. En general, no hay nada que replicar a la precisión de vuestro razonamiento; pero hay en ese artículo una frase concebida así: «Todas las veces el editor a buscado documentos fieles, y si lo que se me ha dicho es exacto, hubiera podido procurarselos. Una hermana mayor de Robespierre vegeta en París, en un rincón del suburbio más oscuro, y esa mujer está acabada por los años, por las miseria, bajo el peso de su funesto nombre.
Comprándole algunas memorias no borradas, no ha sido difícil suplir lo que las otras biografías han omitido rectificar, errores en los hechos, errores en las fechas, etc., etc.»
Lo que vos habéis dicho, Señor, no es solmente inexacto, también es falso. Es cierto que la hermana de Maximilien Robespierre, no la mayor, mas la menos por una veintena de meses, vegeta, acabada por la miseria, por los años, y, hubierais podido agregar, por graves y dolorosas minusválias, en un rincón oscuro de la patria que la vio nacer; pero ella a constantemente rechazado las ofertas de los intrigntes que, en el intérvalo de treinta y seis años, han intentado diversas recurrencias para traficar con su nombre; pero ella no ha vendido nada a nadie; pero ella no ha tenido ningún encuentro directo o indirecto con el editor de las supuestas Memorias de su hermano; y aquellos que han dicho que Maximilien Robespierre había conocido la miseria en su infancia, y que había sido cantado en el coro de la catedral de Arras, son impostores.
Veo, señor, como injuriosa a mi honor y a mi probidad, la idea de que se haya podido compra de mi memorias no borradas. Pertenesco a una familia a la que no se le ha reprochado la venalidad. Voy a rendir a la tumba del nombre que recibí del más venerable de los padres, con la consolación de que persona en el mundo no puede reprocharme un solo acto, en el largo curso de mi carrera, que no sea conforme a lo que precribe el honor. En cuanto a mis hermanos, es la historia la que pronunciará definitivamente sobre ellos; es la historia la que reconocerá algún día si realmente Maximilien es culpable de todos los excesos revolucionarios de los que sus colegas lo han casusado después de su muerte. He leído en los anales de Roma que dos hermanos también fueron puestos fuera de ley, masacrados en la plaza pública, que sus cadáveres fueron arrastrador en el Tíber, sus cabezas pagadas con su peso en oro; pero la historia no dice que su madre que los sobrevivió fue jamás censurada por haber creído en su virtud.
Señor, tengo el honor de saludaros.